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Rodrigo se consideraba un soñador; prefería la soledad a cualquier otra cosa y aunque había personas con las que tenía cierto vínculo y a las que tenía mucho aprecio siempre disfrutaba del poder estar absorto en sus pensamientos y reflexiones. Día tras día disfrutaba enormemente el subir al techo de su casa a apreciar las estrellas ya que en su pueblo no había luces tan brillantes ni contaminación que evitaran este espectáculo tan sublime de la complejidad de la vida.

Disfrutaba con gran exultación cada segundo que pasaba mirando al cielo estrellado, y por su mente pasaban recuerdos, imágenes y pasiones que creía escondidas y que al indagar en su alma descubría como las más insignificantes nimiedades de la vida lo hacían realmente feliz, el cantar de un ruiseñor, la música de los sonidos de la naturaleza hasta el sonido de la voz de las personas se le hacia bello, toda su ser estaba basado en esas noches que parecían interminables.

Un día como cualquier otro Rodrigo siguió su monótono día como siempre, saludando a los superfluos fingiendo ser parte de una sociedad a la que nunca había si quiera tomando en cuenta; después de terminar con sus clases, salió con solo un vehemente anhelo de que llegara la noche y pudiera disfrutar otra vez de la inmensa plenitud de las estrellas; caminaba solitario por la vereda cuando la vio por primera vez, lo más hermoso que haya  visto en su corta vida, algo que hizo que por un momento olvidara su indiferencia ante la humanidad, por fin algo que por lo que valdría la pena sacrificar su amada soledad, algo por lo que valdría la pena tener una noche sin estrellas. Rodrigo no pudo evitar admirar con desosegada perplejidad su belleza, la dulce y armónica melodía  de su risa que consideró -apenas comparable con los sonidos de la naturaleza que escuchaba todas las noches mientras admiraba las estrellas-, el contorno de sus brillantes ojos negros, la interminable pureza de su figura pletórica y el destello que desprendía sin siquiera notarlo, casi como una estrella.

Una vez fuera de este momento de meditación Rodrigo decidió seguir su camino dejando atrás a la única persona que había logrado deslumbrarlo con una inefable luz tan fuerte como su misma abnegación por el amor que consideraba como solo un sentimiento vano y confuso, el cual no había necesidad alguna de experimentar, recordando esta resolución de su espíritu Rodrigo avanzó hacía su hogar,  le esperaba otro sublime espectáculo por la noche.

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